Comer es un acto cotidiano, indispensable. Es una palabra que designa algo que parece no ofrecer dificultades para comprender su sentido. Paradójicamente “comer” se vincula hoy tanto con la supervivencia -al aportar los nutrientes indispensables para la vida- como con las causas de las enfermedades responsables de la mayor mortalidad en el mundo. Por carencia o por defecto, comer es algo que tiene una relación íntima con la vida.Comer es también –y tal vez principalmente- un acto cultural, una escena social, un hecho cargado de significados que su descripción nutricional no agota. Comer es una ceremonia, una expresión privilegiada de los gustos, las censuras y las posibilidades de un grupo social. Es, para algunos una celebración, para otros una condena o una adicción y, lamentablemente para muchos, una expresión más de la inequidad y el desamparo en que sus existencias se encuentran sumergidas. Es una señal de pertenencia a un grupo o a una clase. Es una fuente a nutrientes pero también de placer. Es una necesidad biológica pero también una necesidad hedónica.
Podemos preguntarnos muchas cosas acerca de lo que parecía tan evidente y sencillo. Podemos hacer de lo naturalizado por el contacto diario un hecho extraño, cargado de dimensiones en las que no reparamos, de significaciones y símbolos que su sustancia cargada de sabores, olores y texturas trasmite en cada bocado que nos llevamos a la boca.
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